Él
Él
va a la par con el exilio saharaui y su cumple se anuncia a bombo y
platillo cada año, sabiendo que no es tradición el recordar o
celebrar dicho acontecer. Él es el grande de la familia del exilio.
No llegó a tiempo para ir a la guerra. Suerte. Pero paradójicamente
reclama la guerra, reclama su pedazo de historia, reclama su arma y
sus balas para descargar su ira o su venganza. Ahora es el mayor, el
que recientemente se ha casado o esta a punto. Él es el mayor y su
voz ya calla a los mayores y les enseña las pautas a seguir en el
exilio y les da el pan de cada día. Trabaja aquí y allí, se
sacrifica sin importarle el precio y come arena amasada con su
saliva.
El
Él, es simpático y a veces tiene la sonrisa blanca y a veces la
tiene color crema. No conoce de miseria pero sí de sufrimiento. Poco
a poco labra su vida con el arado de la esperanza y con la fuerza del
orgullo.
Simétricamente,
la vida y las condiciones que le rodean le van quitando fuerzas e
ideas. Le mangonean y le tratan como el tonto sin ideas ni
experiencia. Es así porque su lectura no distingue entre silabas
castellanas y abecés arábigos. Los idiomas los entremezcla y los
bate para bebérselos sin ningún atisbo de error. Pero también los
mayores siguen siendo jóvenes aunque pierdan el juicio.
Él,
exiliado de pura cepa, no busca un final ni un principio, no tiene
tiempo pero sí temperamento, no tiene motivaciones aunque sí
motivos y no tiene aplausos aunque tiene ovaciones. El exilio es duro
como el mismo desierto y aunque Él es oriundo no le cabe que es de
donde nació, -a mí tampoco, sea dicho de paso-. Es una vorágine de
sentidos y sensaciones que suspiran por una refutación.
Aún
clama por la guerra que no alcanzó y jura liberar su tierra cueste
lo que cueste. Clama, cuando ya sabe que las armas ahora son
pedestales y las balas flores. Cuando ya sabe que los tanques son
autobuses y los camiones cisternas. Y, cuando ya sabe que las
manifestaciones ya no necesitan banderas y pancartas y los
manifestantes no necesariamente deben estar compinchados con Dios.
Yo
estoy con Él, aquí en el exilio y nos codeamos en “la marsa”,
en “passaja” o en Rabuni. A veces nos dirigimos la palabra y a
veces compartimos viaje. Pero, ni Él me habla de sí ni yo de mí.
Solo al separarnos en algún lugar o en algún momento, me recuerda
que él es más héroe que yo y con más suerte y tiene mejor ropa y
calzado y pinta. Desde luego.
Aún,
espera pacientemente con la sonrisa predispuesta y con algunos
ahorillos en el bolsillo por si acaso. Así es su vida después de
todo, de precario a precavido. Mientras escribo esto oigo "sgarit".
otro Él, que rompe la espera. ¡¡¡FELICIDADES!!!.
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